domingo, 13 de diciembre de 2009

Scioli, Posse, el Colo y la Milagro

Hubo un a cosa que no se remarcó mucho en la tragedia de la familia Pomar. Y tiene que ver con esa picardía tan propia que nos hace creer que sabemos todo, que nuestras deducciones o conclusiones son irrefutables y que lo que piensan, dicen o hacen los otros, está mal.

Porque lo que pasó con la familia Pomar no es sólo ineficacia y negligencia de las autoridades, la policía y los investigadores. Ojalá fuera solo eso. Todo parece indicar que se hicieron los vivos. Que creyeron más en las especulaciones, por cierto todavía no aclaradas, acerca de que “en algo raro andaba” Fernando Pomar. O que era medio loquito. Ninguno de los investigadores tomó en serio la posibilidad de un accidente, y todavía no explicaron por qué. No explicaron qué grado de seriedad tenían esas otras hipótesis tan pesadas que decían manejar como prioritarias. Todavía no explicaron por qué no le dieron crédito a la denuncia del hombre que dijo haber visto un auto volcado al costado de la ruta. Sería muy desalentador enterarnos que no se dio crédito a esa denuncia hecha al 911 porque el hombre es un albañil que no se expresa muy bien.

Scioli se encuentra en una crisis política descomunal, que afecta su hasta ahora inquebrantable traje de amianto. Esta vez no podrá echarle la culpa a Kirchner como cuando aceptó acompañarlo en la mamarrachada de las candidaturas testimoniales.



Abel Posse era un intelectual polémico, intenso, ríspido, muy poco diplomático para decir las cosas, pese a que toda su vida vivió de la diplomacia. Pero justamente por eso, también era blanco fácil para los cuestionamientos, dado que al ser un funcionario al que el Estado le paga el sueldo, representa los intereses de la Argentina y de todos los argentinos. Por eso en más de una ocasión sus declaraciones inclinadas a la derecha y a los sectores más reaccionarios, levantaron muchas y duras críticas. Ya lo dijo Horacio Rodríguez Larreta, Posse es un hombre "controversial". Pero ahora no es sólo un intelectual, ni un escritor, ni un diplomático. Posse es el ministro de Educación de la ciudad. Un lugar de extrema sensibilidad. Un ministerio que debe además tratarse con sensibilidad porque la materia sobre la que trabaja es de extrema fragilidad. Encima, los niños y los jóvenes están pasando por uno de los peores momentos de la historia reciente. Ese ministerio requiere además de conocimientos en la materia, mucho más diálogo que otros, sensatez, apertura, ductilidad, calidad humana y amor.

Posse no parece tener nada de eso. Además, Posse es retrógrado, obsoleto, autoritario, aparece como un violento que reivindica las peores prácticas de la dictadura, sanciona al rock con un desconocimiento brutal de lo que significó y significa como estandarte joven. Y comete un error también muy nuestro. Piensa que sus ideas o sus sensaciones son las de todos. Cree que todo el mundo está crispado porque él y el grupo de sus conocidos están crispados. NO existe en el pensamiento de Posse, la posibilidad de que haya quienes piensen distinto o sientan distinto. Los otros no existen. Y si existen, están equivocados. Por eso le cortó el teléfono al colega Ernesto Tenenbaum. Se podría hasta presumir que lo que Posse quiso decir esta semana en su columna de La Nación es que a los pibes chorros hay que matarlos a todos y que en la juventud está la gran tragedia de la Argentina. Posse dijo esta semana que él es el único valiente.

Macri no sólo no encuentra la forma de retomar algún tipo de camino más o menos adecuado para encauzar no ya su carrera política sino su administración, y sigue enredándose en su propia trampa. Tampoco fue culpa de Kirchner esta vez. Macri se metió solo en el lodazal. En cambio la incorporación de Diego Santilli, un hombre que sabe de política y demuestra sensibilidad para la gestión, podría darle al sector político que hoy confluye en la ciudad la posibilidad de pensar en el futuro. La declaración de Santilli de querer ser el Al Gore de Macri, debe leerse en varias direcciones.



En este marco la marcha que organizó el movimiento barrial Tupac Amaru esta semana debería ser leída con atención. Primero porque estaba llena de líderes sociales y sindicales. Algunos más demonizados que otros, con más o menos popularidad, pero todos con probada legitimidad entre sus bases. A Milagro Sala la acompañaron Luis D’Elía, Hugo Yasky (de la CTA), Sandra Rodríguez (la esposa del maestro asesinado en Neuquén Carlos Fuentealba), Roberto Baradel (de los maestros bonaerenses) y los dirigentes de Qubracho, entre otros. La excusa fue reclamarle a Macri una ciudad más inclusiva, una policía diferente a la que que saldrá a la calle, reclamarle políticas de vivienda, de educación y de salud para los más vulnerables. Pero la verdadera intención fue volver a demostrar que las organizaciones sociales ocuparon el lugar que dejaron vacante los partidos políticos y buena parte del Estado. Que hace años están trabajando allí, donde la política tradicional y el Estado (de nuevo hay que mencionarlo) sólo sembraron abandono. Esta semana quisieron volver a demostrar que ellos, los dirigentes de los movimientos sociales, no son instrumentos del poder kirchnerista como se cree y se quiere hacer creer. Por eso se muestran fuertes y juntos con organizaciones decididamente opositoras como Qubracho. Quieren demostrar que a ellos no los maneja nadie. Lo dijo claramente Sala, “no queremos discutir ni pelearnos, si no ponernos a charlar sobre cuál es el país que queremos para todos, de ese modo no estaríamos manifestando en la calle, incomodando a la gente”.

Algo más hay que decir. Esta marcha seguramente hubiera sido diferente si la dirigente no hubiera estado encabezándola. Fue tranquila, ordenada, no hubo un solo disturbio, nadie se apartó un milímetro de su lugar. Los representantes de Quebracho demostraron que las capuchas y los palos son "una marca" y que en esta construcción colectiva en la que intervienen preferirían salir de la resistencia activa y violenta para entrar a un proceso de diálogo. Aunque no se sabe aún qué capacidad negociadora tienen.

Milagro hace bromas, es de modos suaves, se ríe mucho, suele carajear como carajean algunos líderes populares del interior, es enérgica, pero no grita. Tiene un carisma arrollador.

El proximo gobierno sea del color que sea, no tendrá forma de soslayar la construcción política y social que están consolidando estos movimientos. Pese a todas las contradicciones que tienen, a las paranoias que los persiguen y a ciertos fundamentalismos que podrían hacer peligrar la consolidación en el tiempo, esta es hoy la construcción más genuina que existe en el país. En algún momento tendrán la posibilidad de demostrar si es cierto lo que dijo la dirigente de la Tupac: “no nos tengan miedo, los pobres estamos hoy preparados para discutir”. Esa declaración es todo un desafío para propios y extraños. Y también otra sentencia política de que llegaron para quedarse y crecer.

Milagro Sala fue la última en retirarse de la puerta de la jefatura de gobierno el miércoles, cuando ya todo había terminado. Se quedó hasta que la última persona que la esperaba para sacarse una foto, darle un beso y pedirle que le firme la remera se fue con su deseo cumplido. “Lo mejor de la vida es saberla aprovechar cada día”, le escribió en la espalda al muchacho que la esperaba. Y firmó bien clarito, "Milagro".

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