Un hombre de la política que se convirtió en mi amigo, Guillermo Seita, el ex secretario de Medios que le escribió una renuncia de 200 páginas a Carlos Menem, dice que a la política hay que hacerla sobre la base de la realidad. Eso que parece una obviedad, no lo es tanto. Se suele mirar la realidad con un tipo de cristal que disfumina demasiado. Seita, con quien tengo profundas coincidencias y profundas diferencias, también dice que acá se busca construir poder pero no autoridad.
Esta semana casi todos los grandes medios, los analistas más destacados y los dirigentes nacionales, exhudaron euforia ante lo que llamaron “la gran derrota del kirchnerismo en el congreso”. Ellos, los analistas, los dirigentes y los medios dijeron que había terminado la época del poder ficticio que Kirchner tuvo del 28 de junio en adelante. Eso es falso. El poder de Kirchner sigue siendo real. Kirchner tuvo y sigue teniendo el manejo de todas las herramientas del Estado. Lo que Kirchner no tiene es autoridad. No representa la autoridad ni siquiera para muchos de los sectores que lo apoyan y están cerca de su pensamiento. Pero lo que sí el ex presidente representa es la encarnación de un cambio, de un revoltijo que no es sólo la ruptura de estructuras económicas, políticas y sociales históricas. La ruptura que promovió Kirchner incluye lo ideológico y por eso cuenta con el aval de muchos sectores que ven por primera vez, que sus reclamos son escuchados, que las reivindicaciones son concretadas. La cuestión ideológica está en la agenda de discusión aunque incomode a muchos. Pero eso no le confiere autoridad a Kirchner. Ni lo salvará de la Justicia.
Tampoco tienen autoridad otros dirigentes. Aunque hay algunos en mejores condiciones de construirla. Tienen más o menos presencia, más o menos aceptación popular, más o menos plata, más o menos estridencia cool. La oposición celebró esta semana una derrota asestada al oficialismo en el Congreso, en las narices de Néstor Kirchner. Pero pese a que suene políticamente incorrecto, esa mayoría obtenida por los bloques opositores, efectivamente fue una mayoría circunstancial. Difícilmente pueda mantenerse en el tiempo. Es que aún no existe “la oposición”. Existen bloques opositores. No existe un proyecto de país articulado desde “la oposición” que se enfrente al zafarrancho que armaron Néstor Kirchner y Cristina Fernández. Un zafarrancho que si no hubiera sido tan agresivo ni tan fenomenalmente corrupto, tal vez muchos más lo hubieran celebrado casi tanto como la renegociación de la deuda en 2004/2005. Sin embargo, este zafarrancho, podría dejar algunos espacios despejados para empezar a instrumentar de una vez por todas, algún proyecto de país. Porque, convengamos, algunas cosas había que cambiar en esta Nación. Y los Kirchner las cambiaron. Pero ese proyecto todavía no apareció. Algo en el que todos, sin distinción, nos sintamos parte. Es una vieja excusa eso de que alguien siempre quedará disconforme. Es la excusa de los que en lugar de representar los intereses colectivos, representan los intereses sectoriales, de cualquier signo que sean. El gran desafío de un líder es hacer sentir a todos que de alguna manera, y desde algún lugar, forman parte de ese proyecto.
La oposición habla desde los slogans. Opina desde una inmadurez y una falta de preparación para conquistar del poder que alarma. Si no son capaces de ponerse de acuerdo y articular un bloque sólido ahora que están afuera del Gobierno, por qué habría que creer que sí lo harían estando en el Poder. Más que los individualismos y el vedetismo, lo que muestran los líderes de la oposición es que representan distintos intereses y que tienen precio. Y ese es el gran problema.
La política y la gestión, parafraseando a mi amigo, deben necesariamente construirse desde la realidad. Hoy la realidad descarnada dice que el 10 % más pobre de los argentinos reciben por mes menos de 300 pesos y el 10% más rico, casi 6 mil. Aunque los datos son mejores que en 2003, siguen siendo vergonzozos.
La realidad dice que no ya la pobreza, sino la miseria se viene ganando la vida de miles y miles de argentinos. Una miseria que se ve en la desnutrición, en la degradación cultural, en la falta de capacidad de chicos, jóvenes y adultos de encarar el estudio, el trabajo -si lo hubiera- o una vida digna porque la falta de proteínas de una dieta raquítica no les permite pensar o concentrarse. Una realidad que dice que los sectores más poderosos someten a los más vulnerables.
Una realidad que dice que hay miles de chicos y jóvenes desamparados mientras lo más reaccionario de la sociedad cacarea en contra del matrimonio gay y la adopción de niños argumentando que de ese modo se degradará la sociedad. Como si la sociedad no estuviera ya degradada hasta la insoportable.
Aunque algunos se lo tomen a la chacota tener dos papás o dos mamás no afectará el desarrollo del niño o su construcción como sujeto. Pero sí lo hara la falta de amor o el desamparo. Dice la specialista Cecilia Perrone que “La adopción es una responsabilidad de la sociedad que debe ser compartida rápidamente. Todos deberíamos estar involucrados en la adopción de niños. Ellos tienen derecho a vivir en una familia amorosa de la clase que sea”.
Pero la situación por la que atraviesa la Argentina no es sólo culpa de los Kirchner, aunque quede bien decir lo contrario. Es culpa del egoismo, la vanidad, los intereses mezquinos y la falta de preparación y sabiduría. Ahora, hoy, la resolución de los problemas argentinos es responsabilidad de todos. Pero si otra vez no entendemos que hay que construir un proyecto en donde necesariamente algunos tendrán que ceder y en donde tendremos que aceptar que otros piensen y sientan distinto, será inútil. Si no aceptamos eso es porque en el fondo queremos que las cosas sigan igual, que apenas haya algún matiz para tener la sensación de que estamos más seguros los que estamos mejor acomodados.
domingo, 6 de diciembre de 2009
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