viernes, 9 de marzo de 2012

Pobres Porteñ@s

(Publicado originalmente el martes 12 de julio de 2011)

Pobres porteñ@s
Me sorprendió un poco tanta diferencia en la elección del domingo pasado. Albergaba, lo admito, la ilusión de un cambio en el pensamiento porteño de la mayoría. Tengo la sensación de que el único que supo leer ese entramado tan básico que anida sobre los ojos de gran parte de quienes habitamos esta ciudad fue el macrismo y sus asesores. Personalmente sí creo que hay que hacer una crítica o al menos echar una mirada sobre el perfil del elector de la Ciudad de Buenos Aires. Además ya lo hizo Durán Barba (el ecuatoriano asesor de Macri, que lo legitima como no discriminador de latinoamericanos, según el mismo Macri). Ese hombre vio justamente que buena parte de los porteños preferían los globos de colores, los besos con “la negrita hechicera” y sobre todo no hablar de política. Durán Barba es un gran observador.

Sin ánimo de abrir juicios valorativos el ciudadano medio de la ciudad se muestra como muy influenciable por los grandes medios y como gente muy temerosa. ¿A qué le temen básicamente? A que le quiten lo que tienen, dicen palabras más o menos, convencidos de que se lo ganaron con el esfuerzo diario (cosa que probablemente sea cierta pero que no explica por sí sola tanto reduccionismo en el análisis y el pensamiento y sí contiene un profundo egoísmo jamás reconocido).

Temerosos crónicos y prejuiciosos. Un niño que se acerca a pedir una moneda es intrínsecamente peligroso y ladrón, un limpiavidrios es mafioso. Los que reciben ayuda estatal son todos vagos. Los miedos están puestos sobre la espalda de los más vulnerables. Los que muestran la pobreza, los que te ubican frente a tu propia miseria, esa que nunca querés ver. Los ladrones de verdad, los mafiosos de verdad, son elegidos y hasta respetados. Los que reciben ayuda del Estado son vagos que no quieren esforzarse. Los que hacen negocios con el Estado, juegan al golf, vacacionan en lugares caros y todos los etc., se lo ganaron.

Al porteñ@ medio parece que no le gusta que le compliquen la vida. Que le anden hablando de solidaridad (salvo que sea del modo en que la entienden, que es llevar lo que sobra a la iglesia), de repartir la riqueza, del cambio de paradigma (¿lo qué? ¿cambio de paradigma?, ¿qué es eso?). No le gusta que le anden recordando que mientras se queja de que los bonaerenses o los vecinos latinoamericanos usan los hospitales (de egoístas nomás, porque la mayoría no los necesita) desde la Capital salen cada día más y más toneladas de basura a los rellenos sanitarios que pudren el agua y la tierra de la provincia.

Mientras se festejan frases del estilo “tenemos una inmigración descontrolada” como la explicación de todos los males argentinos, el mismo muchachito que la repite “sin arrepentirse” pone a los países “que supieron hacerlo”, los europeos por caso, como su norte. Sin advertir que después de matarse durante siglos y expoliar suelos de otras regiones, se consolidaron como continente y se identifican como europeos, y funcionan en varios frentes fundamentales como europeos, como una unidad teniendo moneda única y pasaporte único. Son europeos. Acá, en la ciudad de Buenos Aires, “el hermano latinoamericano” es sinónimo de vago y/o abusador. Y latinoamericano es “el otro” nosotros, los porteños nacidos o por adopción, no pertenecemos a esa “casta de descastados”.

Buena parte de la ciudad de Buenos Aires dice ser católica, se considera instruida, se ve a sí misma trabajadora y sacrificada. Hace poco entré en una discusión que terminé considerando absurda y perdida cuando en una red social alguien que dirige un medio de comunicación señaló a los porteños como los más sufridos de la Argentina. Da cierta pena tanto ombliguismo. Sacrificados son aquellos que tienen que pagar todavía la garrafa más cara mientras nosotros dejamos las hornallas prendidas y pagamos monedas por el gas natural. Sacrificados son los que no pueden ni abrir la canilla (en el caso de que tengan canilla). Sacrificados son los que tienen que tomar 2 bondis y un tren a las 4 de la mañana para venir a limpiar la mierda nuestra. O construir las casas de otros que después no van a usar porque no las necesitan.

No hay ciudad más cómoda que Buenos Aires. Todo está a mano. Y cuando falta algo en los barrios más acomodados se sale a pegar cuatro gritos y ya es tema de tapa en los diarios de circulación nacional como si fuera lo más importante de la Argentina. La avaricia de parte del porteñ@ medio es inconmensurable. Y la avaricia es uno de los siete pecados capitales en la religión católica. Igual que la lujuria, la pereza y la soberbia.

Ricardo Alfonsín y Elisa Carrió mostraron descarnadamente lo patéticos y autoritarios que son. No solo dejaron de a pie a sus militantes, muchos de los cuales tienen años de trabajo barrial y social sensible y solidario. Ningunearon a sus candidatos y los pusieron en ridículo saliendo a festejarle la bailante a Macri. Este muchacho que se traba cuando habla, que repite lo que le escriben, que no resiste ningún reportaje en serio (y cuando se lo hacen se enoja, se levanta y se va), este muchacho que dice que prefiere hablar de sexo y no de política, que se hace el canchero (y más ahora que se apendejó que no es lo mismo que estar profundamente enamorado y vivirlo con madurez parándose distinto frente a la vida), ese es el muchacho que prefiere la mayoría porteña. El que les simplifica el pensamiento. Les saca problemas de encima. Les evita cuestionarse mirándose al espejo o mirando a los otros (por eso levantaba indigentes con un camión de la basura pintado de blanco). El que les dice que la pobreza no es una cuestión ideológica mientras impulsa una ciudad exclusiva (en sus dos acepciones). Macri y sus laderos son muy educados, eso hay que reconocerlo. Están bien preparados, fueron a colegios donde les enseñaron a ser “adecuados” (como dice mi gran compañera, María). Te dejan hablar, pero jamás te escuchan y la mayoría de la gente nunca se dan cuenta.

Habrá que hacer seguramente otros análisis. Ver políticamente por qué el oficialismo nacional hizo una campaña tan pobre entrando casi en el juego del macrismo. Pero no era de eso de lo que quería hablar ahora. Quería hablar de nosotros. Los ciudadanos que habitamos esta Ciudad tan rica en donde nos mostramos tan pobres. Quería ser inadecuada.

Crece el culto a los santos con "vicios"

http://www.diarioperfil.com.ar/edimp/0323/articulo.php?art=11730&ed=0323
(publicada en Perfil 21.12.2008 - Patricia Barral)

Un relato, que pasó de boca en boca y atravesó los tiempos cuenta que el gaucho Antonio Mamerto Gil Núñez llevaba un amuleto del Señor de la Muerte debajo de la piel, en el brazo. Que se lo había hecho una curandera con huesito de criatura fallecida. Que el payé lo protegía incluso de la pólvora de los milicos. Y que la única forma de mandarlo para el otro lado era con su propio cuchillo. Por eso –dicen–, presumiendo de haber escuchado en sueños a dos ángeles que le decían que su perdón por más de un de robo y por ser desertor estaba listo, se rindió a la cuadrilla oficial y hasta entregó el cuchillo. Pero el oficial a cargo no quiso llegar a Mercedes –en Corrientes– y en el medio del campo, atado de un árbol, desangrándolo boca abajo, lo convirtió en el Gauchito Gil. Ese mismo oficial fue su primer devoto al comprobar de vuelta al pago que, tal como le había dicho el gaucho, su hijo yacía moribundo y que, al invocarlo, se sanaría.
Los santos populares no son recientes. Pero las devociones a personas o símbolos no reconocidos por la Iglesia Católica en segmentos sociales que profesan esa religión o alguna otra bullen con una potencia apabullante desde hace unos años. Y se percibe una relación diferente entre las personas y estos santos.

Si bien Deolinda “la Difunta” Correa, mantiene su predicamento entre las preferencias y Ceferino Namuncurá, el joven mapuche, logró su beatificación, polémica para algunos, otras figuras ganan fervor arrolladoramente. Mientras, nuevas imágenes surgen en este mundo pagano de santificaciones populares, como Rodrigo o Gilda, cuyos santuarios están abarrotados de fotos, remeras, trapos inscriptos, cartas y todo tipo de mensajes de agradecimiento por “haber cumplido la promesa”.

Hubo varios antes que ellos –o junto a ellos– y probablemente habrá otros.

¿Por qué, habiendo imágenes a las cuales rezar, intermediarios oficiales en quien depositar los mensajes a Dios, las personas buscan otros mensajeros? Los especialistas en general coinciden en dos ideas: la libertad con que pueden profesarse y la cercanía que sienten con el santo popular.

“Uno con este santo se siente más libre, no tengas dudas”, certifica Rubén Alfaro, dueño y sanador en el santuario del Gauchito Gil en Alejandro Korn.

Alfredo Moffat, que abordó el tema hace más de 30 años en Psicoterapia del oprimido, adhiere desde una comunicación telefónica: “La relación con estos santos es más íntima, más cercana que con los de la Iglesia”.

Al santuario de Rodrigo en Berazategui llegan familias enteras de todas las clases sociales. Allí se prenden dos cigarrillos, uno se apoya contra la reja de la puerta, el otro se lo fuma el devoto. Se comparte una cerveza con el cantante muerto. Al Gauchito Gil se le prende un pucho y se le deja una botella o una caja de vino. A San La Muerte, que siempre tiene su santuario más chiquito al lado del gaucho porque hay una idea de que si no se lo venera a él también podría ofenderse, ya que era quien protegía a Gil en vida, se le deja whisky por puro miedo.

“Eso de compartir algo con el santo es muy fuerte”, dice a PERFIL conmocionado Rubén Dri, ex sacerdote, teólogo y autor de varios libros sobre el asunto. Rubén, el curador, coincide. A la Difunta Correa se le dejan botellas con agua y su devoción conlleva así una candidez de género que apenas puede acercarse a la de Gilda, la bella cantante bailantera que, como Rodrigo, murió muy joven, trágicamente y en lo mejor de su carrera. El santuario de Gilda, en el km 130 de la Ruta Nacional 12, es lugar de peregrinación y depositario de ofrendas de sus fans promesantes.

María Julia Carozzi, en su trabajo Antiguos difuntos y difuntos nuevos, retoma una idea de Eloísa Martín (ambas antropólogas, estudiosas del tema) en la que asegura que para acercarse a las sacralizaciones populares hay que salir de la perspectiva inconscientemente moldeada por el catolicismo.

Así podría entenderse un poco mejor la idea de estos “difuntos milagrosos” que para mucha gente, de verdad, hacen milagros. Pablo Seman, antropólogo y compilador de Entre santos, cumbias y piquetes, es categórico: “Para los sectores populares la promesa no es una compra de milagros. El milagro es una cosa que hace el creyente en una relación con un ser superior que para él está tan presente como su madre”.

Según los especialistas, entonces, los milagros que hacen el Gauchito Gil, San La Muerte, la Difunta Correa, Rodrigo, Gilda o en su momento Gardel, Evita, Bairoletto, Pancho Sierra o hasta María Soledad Morales, entre tantos, son tan reales como la vida misma, porque forman parte de lo cotidiano y no de lo excepcional. “Los milagros se producen, la relación que la gente establece con el símbolo crea una fuerza muy especial, que en términos psicológicos es una sujeción. Pero en este caso se trata de crear un ámbito de sanidad, una expectativa especial, se reaviva la esperanza y todo eso mejora a la gente, a pesar de todo el comercio que también hay alrededor. Pero el que le pide trabajo a San Cayetano y cree que se lo va a dar sale a buscar trabajo, no se vuelve a su casa a esperar. Lo mismo con los santos populares. Por eso el devoto interpreta que son milagros”, explica Drí.

“Vos no tenés idea de las cosas de las que me habla la gente”, dice Rubén Alfaro, que tiene mal genio y se reconoce como un ex atorrante, y cada 8 de enero recibe miles de personas en su santuario, además de decenas diariamente. Cuando los pedidos que le hacen los creyentes se cumplen, los agradecimientos van para el Gauchito Gil. “La gente me ve como un intermediario del Gaucho, no de Dios. Me piden que el padre deje de tomar para que deje de pegarle a la madre, me piden para que un hijo deje la droga, me piden para que papá visite más a mamá y los hermanitos. El tema social no lo atiende nadie. Y después la gente viene asombrada porque el Gaucho le cumplió. No viene sólo por enfermedades.”

Otros buscan el milagro de la justicia. Dicen que por eso el culto al Gaucho y a la imagen de la parca creció como hongos después de la lluvia a lo largo del país. Y también en las cárceles “donde se tallan las imágenes del Señor de la Muerte, cuenta Blanca Rébori, periodista y autora del libro La tierra sin mal, donde expone largamente sobre ese temido santo popular. “El Gauchito Gil es el santo de los pibes chorros porque lo mató la Policía. Y con eso también están pidiendo justicia. Ellos nunca van a elegir a uno de la Iglesia porque quieren uno que sientan que es como ellos –dice Moffat–. Los pibes están muy cerca de la muerte, sienten que están muertos porque no existen para la sociedad, por eso también San La Muerte.”

La rebeldía es, sin dudas, otra característica de todos estos personajes. Incluso de San La Muerte, que mientras un relato más o menos oficial dice que nació mestizo del Jesús de la Buena Muerte de los jesuitas y las creencias guaraníticas, otros como Rubén cuentan que era un monje de la Abadía de San Benito a quien le prohibieron que curara a los enfermos de lepra por contradecir las normas eclesiales y lo encerraron. Que ante ello se rebeló dejando de comer, que a los días estaba esqueletizado con su guadaña, que en realidad era un báculo, y que a partir de entonces se dedica a hacer el bien y también el mal.

La Difunta Correa se rebeló a no ver más a su esposo flojo de salud, reclutado de prepo por las tropas de Güemes. Incluso se dice que el comisario del pueblo, que le requería amores que ella negaba, habría ayudado a que se lo llevaran. Deolinda salió con su bebé al desierto tras su marido y murió pudiendo aún amamantar por unos días al niño hasta que fue encontrado. Algunos dudan incluso de la veracidad de la historia ocurrida en San Juan a mitad del siglo XIX y otros, como Moffat, la metabolizan casi como un relato capaz de explicar tanta dureza del sol y los efectos de la falta de agua en un lugar que además, según dice, era un cementerio indígena. La Iglesia Católica da misa en el santuario pero no reconoce a la santa como tal.

Gilda era maestra jardinera y un día la descubrió el empresario Toty Jiménez. Ella misma contó en algunas entrevistas que si hubiese tenido el don de volver el tiempo atrás, hubiese sido más desafiante en su adolescencia, más rebelde. Pasaron años hasta que logró soltar las cadenas amorosas y comerciales (más o menos lo cuenta en el tema Fuiste) y eso era venerado por su público, que ya en vida le endilgaba poderes sanadores, según se la escucha contarlo en un disco póstumo.

Tanto la cantante como Rodrigo proponían la fiesta de la vida en sus shows. El cordobés, que clavó el cuarteto en el corazón de Buenos Aires y en los jóvenes, tomaba cerveza en público, en las entrevistas televisivas, y no tenía problemas en sentarse a la mañana a desayunar con sus fans, que lo seguían después del recital. Hoy, después de muerto, ellos sienten que les sigue cumpliendo y se lo hacen saber en el santuario.

Antonio Gil era un gaucho que se habría negado a fines del siglo XIX a participar en las guerras internas de la Argentina para no seguir matando hermanos. Dicen que como tantos otros gauchos de la época, alzados contra el rebenque del patrón, robaba ganado con la complicidad de la peonada, con la que después compartía el botín. Su vida y su muerte a manos de un policía, que luego se convirtió en su primer fiel, lo acercan sensiblemente a los más vulnerables de hoy, que también quieren rebelarse y liberarse. Los encuentros en los santuarios del Gauchito Gil “son fiesteros”, explica Dri. La música del chamamé suena a más no poder y todo es alegría. Un video que puede conseguirse en Alejandro Korn muestra una procesión a Mercedes, en Corrientes, de comienzos de los años 70, donde camiones, coches y colectivos llegan abarrotados de gente agitando trapos rojos (por la sangre derramada en el degüello) y festejando. Allí, en la última procesión del 8 de enero, casi 40 años después, se calcula que hubo 200 mil personas.

¿Hay conflicto en los católicos que profesan culto a alguno de estos santos? ¿Sienten culpa? No hay total coincidencia. Mientras a Rubén Alfaro los fieles que van a venerar al Gaucho en su santuario le confiesan que sí, Drí, Seman y Moffat no lo perciben. Tanto que en Luján, en las santerías de los alrededores de la basílica, se consiguen cintas con la imagen de la Virgen, la de San Cayetano y la del Gauchito Gil juntos. En el corazón de los feligreses parece haber espacio para todos.


El favorito de los camioneros
No hay un cálculo exacto sobre la cantidad de santuarios o fieles que practican esta religiosidad no tradicional, donde se mezclan imágenes y agradecimientos a San Expedito, la Virgen de San Nicolás y el Gauchito Gil con desparpajo. Según Rubén Alfaro, en Buenos Aires “puede haber unos 400 santuarios del Gaucho y 8 millones de fieles en todo el país”. Los pequeños altares al costado de la ruta son cada vez más numerosos y se los puede encontrar en los lugares más insólitos e inhóspitos. Eso se debe a que los principales difusores del culto al Gauchito Gil son los camioneros, que se han convertido en una profesión central en los últimos años ante la ausencia del transporte ferroviario.

Los camioneros figuran entre los trabajadores mejor pagos y parecen haber encontrado en el Gauchito Gil la figura a quien agradecerle su presente y confiarle su suerte en la ruta, para que los proteja de eventuales accidentes.

Pablo Seman cuenta que muchos camioneros agradecidos con el Gaucho le levantaron santuarios al costado de los caminos.

Alfaro explica que en Corrientes debe haber “40 o 50 mil placas con agradecimientos al Gaucho”.

Pero menos precisión hay en el cálculo de las enormes sumas de dinero que se mueven por el comercio en torno a estas devociones.

“Todos los 8 de enero Mercedes se llena de sinvergüenzas”, dice Alfaro, prosaico.

Qué dice la Iglesia
Recientemente se instaló con más fuerza el debate acerca de si la Iglesia Católica debería o no reconocer a Antonio Gil como santo. Sobre la Difunta Correa la discusión es más vieja. Monseñor Santiago Olivera, a cargo de la novísima Comisión de Seguimiento de la Causa de los Santos del Episcopado Nacional, no duda cuando dice que “nunca serán reconocidos por la Iglesia”. Aunque concede que “sería lindo lograr un buen diálogo sobre el tema de bendecir las imágenes” de los santos populares, “pero –aclara– no todo es fuente de bendición”. Hasta ahora los sacerdotes se niegan a hacerlo y la gente suele llevarlas a escondidas para que reciban la bendición.

“Para la Iglesia la persona tiene que haber vivido acorde al Evangelio, incluso si su vida fue heroica debió serlo dentro de esos parámetros. Y las vidas de esas personas que la gente ve como santos populares no se ajustan a los valores del Evangelio”, señala.

Rubén Dri dice que en realidad el tema se les fue de las manos y que la Iglesia es reacia a reconocer santos que primero son sacralizados por la gente. Dice, por caso, que no entiende por qué no reconocen a la Difunta Correa. En una encuesta reciente realizada en el blog de un diario nacional, el 60% consideró que el Gauchito Gil no debería ser reconocido por la Iglesia. Algunos porque lo considerarían un sacrilegio. Pero la gran mayoría porque quiere seguir venerándolo sin ataduras institucionales y a puro chamamé.

Cómo militan los jóvenes que militan

http://www.diarioperfil.com.ar/edimp/0354/articulo.php?art=13753&ed=0354
(Publicada en Perfil 11.04.2009 - Patricia Barral)

Colarse. Meterse. Ver el lugar. Entrar. Tener espacio. Voz. Decir. Empezar el juego. Admirar. Encontrar a quién. Seguir a todas partes. Comprar un sueño. Regalar esperanzas. Ayudar. Hacer. Ponerse media pila. Creer. Crecer. No perderse. Encontrarse. Preguntar con la cabeza. Contestar con el corazón. Ser honesto también.
Si se pudiera medir la militancia con la vara de la pasión o la potencia de la garganta, o dimensionar el interés y las ganas en base a una emocionada movilización, si eso fuera posible, quién sabe, podríamos afirmar que estamos en presencia de un cambio de ciclo en la política, donde la juventud está de vuelta pese a todos los diagnósticos que hablan de su ausencia y su partida. Pero eso sería exagerar o aventurarse. Sólo se puede decir que el mensaje que sobrevoló entre los miles de jóvenes –militantes o no– que participaron de los funerales del ex presidente Raúl Alfonsín encontraría una síntesis en aquellas palabras que parecen sueltas. “Los dos grandes reclamos que los chicos le hacen a la política son transparencia y participación; hablamos con muchos de los que fueron al velatorio de Alfonsín y nos hablaban de eso”, dice reflexivo Juan Nosiglia (29), de la Juventud Radical.

Acompañarlo en el camino hacia su retiro eterno de la forma en que lo hicieron llorando y cantando fue señal de que algo nos falta y que ellos, los jóvenes, quieren encontrarlo aun sin saber muy bien cómo y dónde buscar. “Los de mi generación nunca vimos una movilización así y espontánea por un hecho político. Y eso, rescatar sus valores, fue un hecho político que nos da esperanzas. Sentimos, en los jóvenes que estuvieron, una sensación de respeto por una figura que por la edad casi no vivimos, pero leímos o estudiamos y cuando contrastás con la dirigencia actual, reconocés perfectamente la diferencia”, dice Nosiglia.

A los jóvenes de hoy. Tomarle el pulso a la militancia juvenil es complejo. No parecen ser tan explícitos como unas décadas atrás. Tienen menos presencia, menos espacio, menos voz y menos prensa. Los cantos y el traperío siempre marcan los estados de la bronca y el deseo. Así fue con los jóvenes peronistas en los viejos años pasados. O con las izquierdas variopintas. Peleaban la calle, el poder y las conciencias. Hasta que la militancia se convirtió en algo prohibido y fatalmente peligroso. Había que sepultar literalmente cualquier reclamo de equidad y justicia. Argentina alcanzó la democracia nuevamente en el ’83. Y llegaron algunos jóvenes brillantes con “somos la vida, somos la paz, somos la Junta Coordinadora Nacional”.

Aquello de los 70 se quedó en el tiempo de la sangre. Y los brillantes muchachos radicales se opacaron rápido. Los años democráticos no lograron reinstalar el interés joven por la militancia. Que el miedo, que la desconfianza, que el descreimiento, que la corrupción, que la falta de espacios, que los 90, que la crisis de los partidos, que la crisis de 2001, que el desempleo, que para qué te vas a meter si igual nada cambia. Y también el discurso esquizoide del poder que, mientras suplica participación, no bien alguien levanta la voz con reclamos o ideas, lo manda rápido a probarse a las urnas cual si fuera el rincón de castigo y lo “acusa” (qué despropósito) de hacer política. Demasiadas razones entonces para dejar esos menesteres a los adultos curtidos y mañosos y ocuparse de cosas más divertidas.

El futuro llegó. Por eso las búsquedas y los sueños juveniles de hoy se muestran o se ven menos colectivas. Casi solos, intentan colarse, como pueden, buscando un lugar entre la apatía y la hostilidad. Un estudio de TNS-Gallup hecho hace pocos meses en todo el país entre la población de 10 a 24 años, reconfirma que a los más jóvenes les interesa muy poco aquello que les interesó a sus padres y abuelos. El 74% dijo que la política no es algo relevante en sus vidas. Casi como el mandamiento del rock de Almafuerte, “Sé vos” es lo que más pega. “Procuro ser yo mismo sin seguir a los demás” (92%) y “decido por mí mismo los objetivos de mi vida” (84%) fueron las frases con más adhesión en la encuesta. Mientras que la que dice “Quiero ser un líder en mi comunidad” la eligió sólo el 32%.

Aun así, y pasando por encima de las encuestas, banditas de adolescentes o jóvenes adultos, rebeldes y entusiastas, empiezan a saltar las gradas hacia este escenario. Lo hacen con nombres propios, esquivando imágenes ajenas, recordando el pasado para evitarlo, tratando de entrar a un espacio extraño, con una timidez casi inaugural. Son jóvenes que empezaron a sentir cosas en la secundaria, cuando intuían que “algo andaba mal en los 90” al decir de Magdalena Pece (23) de Jóvenes x la Igualdad (JxI), rama de la Coalición Cívica. La acompañaban en el local de Pasco y Chile, Hernán Reyes (27), Juan Ignacio Marasco (28), Maricel Peijovich (23) y Juan Milessi (24).

Para otros hubo otros momentos clave. Como cuando en el colegio los hicieron festejar los 500 años del descubrimiento de América. “Me enojé y dije que eso había sido una matanza”, recuerda Pablo Saieg (28), del Movimiento para la Participación del Pueblo, justicialistas adherentes K en Capital Federal. Actual funcionario de la Secretaría Legal y Técnica de la Presidencia, fue el único peronista de nivel nacional que prestó su testimonio y experiencia para esta nota. Juan Cabandié (30) se excusó por tratarse de PERFIL. José Ottavis fue consultado acerca de La Cámpora, cuyo referente es Máximo Kirchner, y prometió información, pero no cumplió. Saieg trabaja desde el Club Villa Mitre y dice que si bien sufre, como el resto, la discriminación y desconfianza por “estar metido en política, no hay gratificación más grande que ver el cambio en la cara de la gente cuando le puedo solucionar un problema”.

La coherencia, la distribución, la solidaridad (no la caridad), la diversidad, el otro, son los asuntos que los nuevos militantes ponen en la agenda. Y la recuperación del interés y la actuación partidaria por parte de sus congéneres. Además de la idea de cambiar la realidad, una motivación que se reinventa cada vez en casi todo militante antes de morir en la abundancia de la gestión pública de cualquier naturaleza. “Las ideas cruzan generacionalmente, el tema es cómo las llevás adelante. A cierta altura nos convertimos en viejos pelotudos, repetimos los errores. Estoy muy alerta con eso”, dice Maximiliano Ferraro (33), que militó a partir de los 15 en el radicalismo para irse luego al ARI con Elisa Carrió, donde continúa.

Yamila Picasso (21) y Carlos Sánchez (27) son socialistas de cuna y se referencian en Hermes Binner y Rubén Giustiniani. Ambos hacen trabajo barrial en Parque Patricios con aportes voluntarios propios para bancar el local. Dan clases de apoyo escolar, de guitarra, a las que asisten jóvenes, y de computación, a las que asisten adultos. No se cobra, se pide una colaboración. Sienten, sin embargo, que tienen poco margen. “Hay que crear nuevos espacios para los jóvenes. Acá en la Ciudad estamos tratando de construirlos; a nivel nacional el partido ya los abrió”, dice Carlos. Yamila sufre porque “la política estuvo mal usada, vivo pensando cómo hacer para revalorizarla, igual que a los partidos, los militantes y los políticos. No me importa de qué sector”.

El Club de la Política es un laboratorio aparte. Influidos por experiencias en sus escuelas secundarias que replicaban el modelo Naciones Unidas, siete varones y una mujer de entre 18 y 24 años quieren tratar de recuperar para la juventud la costumbre del ejercicio político. Lucas Aguilar (24) recibe en el Caras y Caretas, donde la periodista y directora del centro cultural, Maria Seoane, les dio un espacio. Daniel Wizenberg (20), un interesantísimo proyecto de pensador, llega algo más tarde. “Estamos en la búsqueda de la militancia y tal vez eso sea resignificar lo tradicional pero sin denostarlo. Hay un trabajo previo que generacionalmente tenemos que hacer: hay que reivindicar la política. No tenemos la búsqueda electoral aún”, dice. Lucas tiene una preocupación constante: ayudar a activar las neuronas. No niegan ciertas influencias peronistas pero se aferran a la bandera del pensamiento nacional y mencionan a Arturo Jauretche por sobre todo.

No tan distintos. Los 15 jóvenes consultados presentaron las mismas características. Tienen una profunda convicción política pero contienen energías. Como un miedo a cometer viejos errores, a que los encasillen o etiqueten, a que sospechen de ellos por el solo hecho de estar en política (cosa que les ocurre todo el tiempo). Y también tienen miedo a sus propias acciones en los momentos críticos o en el encuentro con el poder. “Si hacés las cosas bien, en algún momento chocás con lo malo. El tema es qué hacés entonces ahí”, reflexiona Wizenberg. “El mal ejercicio de la política nos impidió hablar”, señala Ferraro. Ellos, en cambio, hablan mucho entre sí. Se escuchan y piden disculpas si se interrumpen. Dejan hablar al otro. Tratan de encontrarse.

Maricel Peijovich, que impulsa en su grupo el trabajo en las villas, dice: “Un ex compañero del colegio me preguntó qué me daban por militar. La gente no puede creer que nosotros nos rompemos para esto”. “No hay nada que sea en beneficio personal”, explica Marasco. El motor militante de Milessi se encendió cuando acompañó a su amigo con VIH en las batallas burocráticas, “ahí pensé que desde la política podía ser más efectivo”, por eso armó el área diversidad. La JxI tiene varios diputados nacionales y legisladores.

Algunos lo ven como algo lejano. Otros le tienen miedo. Y muchos ya piensan en olfatearlo aunque sea de lejos. Todos quieren resignificar el poder y darle otro uso. “Ansiamos el poder como una herramienta”, confía Sebastián Silvestre (28) del GEN joven, agrupación con varios concejales en la provincia. El milita en Lomas de Zamora desde los 15 años y cree que “lo peor que puede hacer un dirigente es alejarse de los barrios. Si te divorciás de la realidad, es muy difícil que después puedas gobernar para la gente”. Se fue del aparato radical con su grupo y confiesa: “Que Margarita (Stolbitzer) estuviera con nosotros como estuvo fue muy importante para poder irnos”. Tienen adolescentes de 16 años de clase media y media baja en sus filas y dice que tratan de que estudien y trabajen, “eso es la mística militante, uno no se puede sentar a comer si el otro no come”.

Saieg observa el poder del Estado: “Tiene todas las herramientas pero no está llegando bien”. Y también el poder sindical: “Hay dirigentes que pueden jugar con la paz social y están 30 años como secretarios generales. El buen sindicalismo es fundamental para construir un mejor país”. Milessi cree que “el poder debería tener otra carga y ser representativo”. Y Reyes completa: “El poder no es tuyo”. “Los principios morales deben ser innegociables”, agrega Marasco.

Unos muestran más pasta. O más dientes. Tratan de estudiar y formarse sólidamente, prepararse para lo que vendrá. Otros ya muestran la hilacha más humanista. En todos se nota que hacen esfuerzos por no perder la cultura de lo sensible. “Pero en política no podés dormirte”, recuerda Picasso. Son éstos algunos de los jóvenes que forman parte de la minoría en las encuestas. Que están un poco solos. Pero que entendieron, a contrapelo de los adultos, que la salida es el diálogo, la aceptación de lo diverso. Y que el ejercicio político-partidario oxigenado es la forma de construir una Nación como la que siempre decimos soñar.

Ser útil de otro modo (recuadro)
Otra encuesta de hace un año decía que a más del 70% de los jóvenes de entre 19 y 28 años les interesaba poco y nada la política. Carlos Fara, su autor, sostiene hoy que el contexto global sigue sin ayudar demasiado. “Para estos jóvenes no existen utopías como en el ’68, ni proyectos colectivos ni nada, es otro mundo, otra época, la lógica es más individualista. Pero no es un problema de la Argentina”. ¿Cuánto tiene que ver el mensaje negativo de los adultos y los medios sobre la política y cuánto hay de autocensura en la juventud para la acción política producto de ese mensaje? “Todo tiene que ver –explica el politólogo–. Existe un discurso social histórico de que acá pasaron todos, militares, peronistas, radicales, y todo sigue igual. Los medios le arrebataron protagonismo a la política en todo el mundo.” Los jóvenes igual se las ingenian para participar y hacer política aunque no lo sepan. Lo hacen de manera no tradicional en ONGs, organizaciones sociales, blogs o foros de Internet, y por temas específicos. “Canalizan necesidades de participación y lucha social desde otros espacios. Forma parte de un cambio global estructural, donde la política ya no es percibida como el instrumento para cambiarle la vida a la gente. Mi secretaria, de 22 años, a quien le importa un bledo la política, votó a Macri, pero se movilizó por el tema de los parquímetros y festejó el éxito de su participación”, cierra Fara.

Sin sexo ni drogas, es el rock de los pastores evangélicos

http://www.perfil.com/contenidos/2009/07/05/noticia_0015.html

(Publicada en Perfil 05.07.2009 - Patricia Barral)
Hacía un calor de locos en el Parque El Sembrador, bello lugar agreste en Máximo Paz. Eran las 4 de la tarde y bajo el sol feroz de este verano rugían las bandas heavy. Algunos centenares de adolescentes hacían pogo y bailaban como haciendo la previa de lo que sería el cierre del festival con uno de los íconos del momento, D-Mente, la banda de Andrés Giménez, el ex líder de A.N.I.M.A.L. Más allá, bastante más allá como para no molestarse unos a otros, algunas familias muy numerosas pasaban el día tranquilos, sin una gota de alcohol, sin relatos deportivos ni cumbias ni reggeaton. Conversando. Mientras el festival de grupos cristianos de rock metálico transcurría como cualquier otro show rockero pero sin lo que se ve en la mayoría de ellos (no es un juicio de valor). No había cerveza ni vino ni fernet. Sin porro, sin un miserable cigarrillo, en un clima que podía remembrar los días ochentosos de John Travolta.

¿Y éstos, de dónde salieron? Son decenas y decenas, en el país y en el mundo, las bandas de rock cristiano o, como prefieren muchos, grupos integrados por cristianos/as que hacen rock. A diferencia de Vox Dei, que hizo punta en la Argentina, ninguna está identificada con el catolicismo. Ni siquiera con la religión. Son bandas cuyos integrantes se referencian en alguna rama del evangelismo o en el cristianismo a secas. Y casi todas en la banda irlandesa U2, sus mensajes espirituales, su militancia protestante y sus acciones político-sociales.

La novedad es el enorme crecimiento que tuvieron en los últimos años y el fuerte impacto en el mercado discográfico y comercial. En Estados Unidos y algunos países de Latinoamérica como México o de Centroamérica, eso viene ocurriendo desde hace tiempo. Pero en Argentina en poco más de un lustro el tema explotó al punto que las dos bandas más importantes que crecieron en el circuito cristiano, Rescate y Kyosko, firmaron contratos con sellos internacionales y prácticamente todas las demás que graban protegen los derechos de sus canciones a través de otra compañía también internacional.

Los circuitos cristianos no son otra cosa que los cientos de festivales o encuentros organizados por pastores, comunidades evangélicas o iglesias (que en la práctica encierran un concepto distinto al católico). Cientos o miles de jóvenes llenan estadios, parques, centros comunitarios o aldeas en México, EE.UU. y el resto de los países del sur del continente. Allí, después de diferentes actividades, sermones o testimonios, la fiesta viene con las bandas de rock o hip-hop, reggeaton o pop. El ámbito secular son los estadios, los festivales comerciales, los antros rockeros y los teatros, las grandes FM.

Hay bandas que se formaron en las iglesias evangélicas y se consideran bandas cristianas. Las hay de rock, de hevy metal en sus diversas variantes, de pop. Hay bandas de cristianos que hacen rock que no salieron de las iglesias, como Rescate y Kyosko, y que de a poco fueron entrando también al mercado secular o no cristiano. Y hay grupos en los cuales el líder y algún otro integrante son evangélicos y tienen un fuerte contenido espiritual en sus canciones, pero no forman parte del circuito cristiano aunque son aceptados y convocados. Es el caso de D-Mente y Carajo, cuyo líder, Marcelo “Corvata” Corvalán, después de un camino de conversión igual al de Giménez, arrasa con su new metal. También hay bandas cristianas de punk.

¿Qué decís? En la segunda mitad de los 80, la prensa especializada y parte del público rocker se batieron en un duelo ingenuo acerca de si el músico de rock tenía que dejar algún mensaje social o no. El efecto de la llamada canción de protesta de los 70 mostraba la hilacha en la post dictadura, pero no fueron más que unas cuantas hilachas de diferente color y textura que se mezclaron luego en la telaraña noventista que llegó para todos, incluso para el rock. Estos músicos cristianos, en cambio, no tienen ningún empacho al afirmar que ellos sí tienen algo que decir y que está relacionado con Dios, con su encuentro y con lo que consideran el testimonio de Jesús respecto de la forma en que hay que encarar esta vida.

“La primera vez que escuché esta música fue en inglés y pensé en hacer algo espiritual pero en castellano para tener a Jesús en la calle y no en el templo”, recuerda Ulises Eyherabide, mientras digiere una empanada. El líder de Rescate es autor de una de las canciones más fervorosas. “Quiero más (paz)”, de tono futbolero, que podría movilizar estadios enteros de River y Boca juntos. “Todos tenemos algo que decir. Lo que no quiero es que se diga que lo que sale de mí va a querer evangelizar. Mi idea no es convertir gente. Sí que podamos conocer verdaderamente a Dios porque sus propagandistas son la peor propaganda para él”. Ulises, que tiene aspecto de bondadoso, prefiere definirse como cristiano “porque hoy decir que sos evangélico es como decir que sos peronista y no se sabe si estás con el pastor Giménez o con los brasileros”.

“A veces uno no está en sus cabales y eso es como dar nada a los chicos. Uno tiene que poder brindar un mensaje puro”, cuenta Andrés Giménez con esa mirada negra y profunda que vio algunas de las peores cosas del mundo y salió para advertirlo. Pero esa historia vale un párrafo aparte. “Cuando una persona se siente bien espiritualmente escribe otras cosas. En A.N.I.M.A.L. escribíamos sobre Dios pero como un reclamo, como diciendo loco, acá hay gente que está haciendo mal las cosas. Ahora escribo acerca de Dios pero sin enojo, súper feliz de creer”.

Ulises habla de “la batalla desigual que están dando los chicos de entre 8 y 15 años”, dice que lo que más le pega cuando toca es que se llena de adolescentes que no están preparados para lo que está pasando, “es David contra Goliat y nosotros salimos a sembrar semillas de David”. Andrés siente una responsabilidad aunque dice que no se cree el dueño de la verdad o la mentira pero que “de acuerdo a lo que diga, algunos chicos pueden ir para un lado o para otro. Por ejemplo, me dijeron que después que tocamos en el Rock and Vida, más chicos se convirtieron al cristianismo”.

Damián Sileo fue fundamental para esta nota. Es productor de rock y prensero. Edita una revista especializada y es coordinador de un grupo de matrimonios jóvenes en su iglesia de Adrogué. “Un músico que adopta el cristianismo sigue haciendo lo que hacía pero con otra perspectiva”, explica mientras las bandas tocan en El sembrador. Sileo es el más ortodoxo de los entrevistados. Dice que “apunta a llegar a gente que no conoce a Dios e invitarla a que vea que hay otra forma de vida”. Pero aclara: “Seguimos la línea de la castidad aunque hay chicos que tienen relaciones y no los rechazamos sino que tratamos de contenerlos”, y que los homosexuales no son discriminados salvo porque no pueden tener posiciones de liderazgo en la Iglesia. Y explica el asunto del diezmo: “Eso se enseña, nadie te mete la mano en el bolsillo”. Lógicamente, para ellos no hay contradicción entre ganar plata y hablar de Dios.

Gente rara, che. Cuentan las crónicas del rock que cuando Vox Dei estaba grabando La Biblia, la jerarquía eclesial quiso intervenir y saber de qué se trataba. Contarán las del rock cristiano que a Rescate quisieron bajarlo de un festival organizado por el Vaticano por mal arriados. Unos días antes del evento que se hacía en Alemania, la prensa católica reprodujo unas declaraciones que Eyharbide había hecho en Chile: la figura del Papa no representa para mí una autoridad espiritual como lo es para los católicos. Mi relación es directa con Jesús, había dicho. Todos los escarmientos amenazaron tronar. Sólo la intervención del manager alemán que allí los representaba logró hacer entender que, al tratarse de un encuentro ecuménico, el Hijo del Padre estaba por encima de las diferencias ideológicas. Entonces pudieron tocar.

Por supuesto, hay prejuicios. De uno y otro lado. Algunos cristianos no quieren que sus bandas salgan a tocar al mercado secular. Mientras desde el circuito comercial, miran raro a los que se declaran cristianos. “Cuando firmamos con Sony, al principio hubo mucho prejuicio por parte de los periodistas”, recuerda Santiago Ruiz, manager de Rescate y laico total. Ruiz dice que aceptó representarlos porque le parecieron una muy buena banda aunque no sabía cómo encarar el desafío de incluirlos en otros ámbitos. “Iba a las radios y a los canales y me preguntaban si eran del pastor Jiménez. Una vez en la MTV, no me querían pasar un video que ya estaba entre los primeros puestos porque eran cristianos. Entonces le dije al director musical: ‘¿Vos sabés que Evanesence, que está entre tus principales, es una banda de cristianos?’ El tipo no lo podía creer”. El joven –hay que decirlo– es un pura sangre de familia disquera.

A gran parte de la comunidad evangélica y a sus líderes les costó digerir a estas personas haciendo rock, con atuendos negros, metaleros o góticos. Y hasta tatuados. “En la Iglesia ya no hay tanta resistencia. Los pastores mismos organizan eventos de rock porque llegan a gente que de otra manera no llegarían”, explica Sileo. “Nunca me sentí incómodo en el ambiente del rock. Me miraban más raro en la Iglesia Evangélica por tocar con músicos que no comparten nuestra fe”, dice Ulises, que no ahorra sinceridad. “Si me miran raro, que me miren. Yo toco en el circuito cristiano como toco para el padre Farinello con León (Gieco). Hay que romper con los prejuicios. Y sobre los tatuajes, lo que digo es que la Biblia explica que profanarse el cuerpo es pecado, no tatuarse. Además yo no me voy a ir con los tatuajes cuando me muera”.

J 33-3. En la tapa de All that you can’t leave behind (“Todo lo que no puedes dejar atrás”), de U2, apenas visible está la sigla que corresponde al versículo de uno de los libros del profeta Jeremías. “Clama a mí y te responderé y te daré a conocer cosas grandes y ocultas que tú no sabes”. All that… es en un disco de la banda irlandesa, íconos máximos de los músicos cristianos argentinos. El libro El peregrinaje espiritual de U2, fue editado en Argentina por Peniel, la mayor editora y distribuidora de material cristiano en todos los formatos de nuestro país. Todos, sin distinción, los nombraron varias veces durante las distintas charlas. “Escuchá el tema 2 del último disco”, desafía Natanael Ramírez, director musical de la empresa. Magnificent es un mensaje de amor a Dios, en No line on the horizon.

Hablan de sus pastores a quienes respetan y tienen como guías espirituales, aunque confiesan que hay de todo y por eso cada quien va eligiendo. Hasta averiguan cuando los invitan a un festival, como hace D-Mente (porque a veces es trucho). Normalmente todos van a la iglesia que puede ser la reunión de varios en la casa de alguno o en un centro evangélico. Leen las escrituras, conversan y escuchan al pastor que puede ser más ortodoxo o más liberal. Otra cosa que mencionaron sin distinción, incluyendo los adolescentes, en El Sembrador, es su Biblia, que tiene unos libros más que la católica. La consultan, la citan, la llevan con ellos, la buscan en la soledad o en los momentos de angustia. Les da calma, felicidad, inspiración. Como el mundo aparte de unos extraños militantes de Dios. Rock fuerte de corazones blandos.