miércoles, 7 de julio de 2010

Rechazo al matrimonio gay, otra forma de dominación


Hubo cierto regodeo en el tratamiento de la información sobre el rechazo al dictamen de la modificación del Código Civil para permitir el casamiento entre personas sin distinción de sexos. Medios y periodistas o comunicadores que responden a la iglesia, a los sectores conservadores, a cierto poder arraigado y solapado, parecieron festejar lo que hubiera sido un triunfo de la evolución de las personas, un logro de los derechos humanos, una victoria para los chicos, una batalla amorosa. Pero ellos parecieron festejar la derrota.

Todavía me pregunto a qué le temen tanto. Qué cosa están viendo en el espejo que los hace huir de esta manera, asustados del amor entre las personas. ¿Es a la libertad? ¿A la felicidad? ¿A vivir igualados en derechos en un mundo lleno de diferentes? ¿O es a lo que tienen reprimido?

El pensamiento pequeño se vislumbra en actitudes como las de algunos gobernadores, en senadores y senadoras, en dirigentes, en diputados y diputadas. También se ve cobardía, egoísmo y mezquindad. Pero sólo están demorando algo que es inexorable.

Hay otra conclusión. Del mismo modo que se pretende asimilar la homosexualidad a la perversión, la violencia y la degradación de la familia, desde la óptica inversa, viendo sus posturas, se podría buscar en el pensamiento de estas gentes algo de la raíz del atraso de la Argentina. De la matriz del desamparo de la niñez, del origen de los suicidios de los adolescentes en algunas provincias.

Pero hay que desmentir a Bergoglio cuando dice que esta igualdad reclamada daña a la familia. Lo que daña a la familia es la desigualdad por la avaricia, la televisión impune, la falta de trabajo, de educación, de salud, la falta de oportunidades. Daña la mentira, la manipulación, la ausencia de horizontes.

Alarma que no conozcan el significado profundo del amor y la libertad. El sentido formal y simbólico que tienen la protección jurídica de la libertad y del amor. Es probable que lo desconozcan porque nunca pelearon por ellos. Porque lo desprecian. No le dan valor.

Tal vez nunca sintieron el vacío y el dolor de la muerte del compañero o la compañera. La desesperación de ver cómo personas ajenas a esa construcción amorosa en cinco minutos se llevan todo, incluso el cuerpo amado y ya sin vida del compañero o la compañera. Y los hijos, si los hubiere. Como los carroñeros.

Pero eso es formal. Aunque no es menor: aún no explicaron estas personas porqué están dejando sin derechos a los niños que juran defender y en realidad usan como escudos, manipulándolos de la manera más asquerosa y vil. Ellos saben que es una aberración que los niños criados en familias monoparentales tengan menos derechos que los criados en familias heterosexuales. Pero hacen como que no ven. Pese a ello no va a cambiar que parejas o personas homosexuales sigan criando hijos. Como no va cambiar que a una cría huérfana la cuide otro miembro de la manada o de una especie diferente.

Pedirles que entiendan esto parece tan difícil como reclamar que hagan las cosas en serio, con la conciencia limpia y el corazón abierto. Que dejen de hacer publicidades conmovedoras y campañas solidarias, que duran un día y auto exculpan sus “pecados”, para darles en cambio a esos niños el derecho a ser felices toda la vida.

Un legislador o legisladora, alguien que tiene responsabilidades superiores, no puede tomar decisiones de acuerdo a su pensamiento individual. No pueden ser representantes del pueblo esas personas. No están en condiciones. Olvidaron el principio fundamental de la representación en pos de sus intereses personales o sectoriales, de sus temores y de sus perjuicios. Los principios deben estar al servicio de una acción pública ecuánime y amplia, no discriminatoria o segregacionista.

Se podría entonces buscar allí alguna de las causas de la “naturalización” del abuso de los niños y niñas. Porque para estos sectores parece “naturalizado” que las propias madres promocionen la prostitución de sus hijas o que los menores sean sometidos por los miembros adultos de la familia. O que tengan que ser encarcelados a los 12 años.

No los moviliza tanto como los movilizó el rechazo a esta ley igualitaria, la manipulación genética para “atrasar el reloj” o para elegir el color de ojos de los hijos.
Habría que buscar allí la razón de que haya niños, niñas y adolescentes en la categoría de ser abusados y otros en la de ser cuidados.

Anteponiendo vilmente como excusa la imagen “del papá y la mamá” no están defendiendo a los chicos, están preservando un statu quo que sólo responde a sus intereses hegemónicos. Parecen haber encontrado una forma más para justificar la dominación. Y seguir escondiendo sus fantasmas reprimidos.


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