Lo que me disparó la decisión de ser periodista fue un hecho que hoy veo como muy personal pero que en ese momento me pareció la diferencia entre el bien y el mal. Así de drástico. Fue cuando la autoridad del colegio secundario al que concurría licuó en cuatro los cinco quintos que había, disolviendo de ese modo todos los grupos humanos que venían formados. Eso me hizo decidir que quería “denunciar las injusticias” un asunto “las injusticias” que ya me venía taladrando y no veía por dónde canalizar. No lo sabía entonces pero con los años entendí que aquello de disolver los grupos se trataba de una maniobra típica de la represión. Si bien ya estábamos en 1984 el rector de esa escuela había sido entregador de compañeros en los ’70. Tampoco lo sabía entonces. Y creo o intuyo que ninguno de los que concurríamos al Instituto Santa Lucía de Florencio Varela conocía esas historias. Éramos parte de una generación vaciada de contenido. Si no tenías la posibilidad de encontrarte en algún momento con algún entorno ideologizado o donde se hablara de política por lo bajo o algún tipo de circunstancia que te relacionara con el fondo de la verdadera realidad que se vivía en los años de plomo, no podías contar con más información que la que se bajaba de los centros del poder. Así crecimos gran parte de los que promediamos los 40.
Aquellos años dejaron complicados laberintos en muchos de nosotros. No fue fácil encontrar los caminos de salida. La política, la comunicación, la sociedad, la educación, la economía, la familia, el amor, el erotismo, el sexo, todo tenía un formato pre establecido donde la religión, la moral y las buenas costumbres se constituyeron en estructuras que nos encorsetaban. Y aunque muchos nos dábamos cuenta de que nuestros deseos o inquietudes o intereses o sensaciones querían ir por otros senderos, las huellas de lo enseñado a machacazos se tornaban muy difíciles de abandonar para explorar otras geografías. Había que desmalezar. Pero antes había que darse cuenta de que había que desmalezar. Y como cualquier proceso personal que se encara, lleva el tiempo que necesita cada uno en el marco, a la vez, de cambios y procesos globales tanto en el país como en el mundo.
Empezar a saber lo que pasaba mientras aún niños festejábamos el mundial ’78 o cantábamos la Marcha de Malvinas en el vigor de la secundaria fue un shock para muchos. Hace poco le conté a mi madre un episodio que me dejó con tanta conmoción que nunca había podido hablar de él hasta estos días. Habíamos salido del colegio Jesús María, también de Florencio Varela. Sería mi 6º grado. Desde el colectivo vi como dos tipos tomaban de la cintura y desde atrás a dos chicas que querían subir. Las chicas pedían “por favor, no….” Y los tipos les decían “vamos, vamos” casi en un susurro. No hace falta que explique de qué se trataba eso. Y la marca que ahora puedo reconocer desde la memoria emotiva me quedó calada.
Por fortuna lo personal y lo profesional nunca estuvieron desarticulados. Por eso como le debe pasar a la mayoría los procesos en un ámbito siempre influyeron en el otro. De este modo la política, la mirada sobre la sociedad, sobre el país y sobre mi concepción humanística, tuvieron fuertes temblores. Fui y volví dos o tres veces por los mismos caminos. Me perdí. Retomé. Pregunté. Dudé. Volví a dudar. Exploré. Y finalmente encontré. Encontré que aquella joven de 20 años, rebelde, “mal arriada” como dice mi amiga (mi hermana mayor que no tuve) la gallega García, impetuosa, a veces inadecuada, ecologista y vegetariana, esa es la verdadera. La que estuvo y siempre quiso estar pese a que en ocasiones, fue corrida a un costado.
Pero esa joven “mal arriada” se las ingeniaba para aparecer. Así estaba incomodando y mostrando un poco los dientes cuando escribía crónicas y entrevistas; tratando de negarse siempre a trabajar en notas que no consideraba decentes; buscando siempre y encontrando pese a parecer a veces insolente o caer en las malas interpretaciones (o intenciones) de algunos colegas. Fue el caso de la entrevista a Ibrahim al Ibrahim en Siria. Y tal vez valga la referencia. En ocasión de aquella visita de Menem unos 20 periodistas fuimos a cubrir ese viaje. Noviembre de 1994. Sobrevolaba el rumor de que el ex marido de Amira Yoma acusado en el asunto conocido como Yomagate estaba prófugo en aquel país. Personalmente había ido como acreditada del diario La Prensa. Pero había seguido periodísticamente el Yomagate desde el comienzo para las revistas Noticias y Gente. Conocía bien a todos los personajes y había hablado muchas veces con Al Ibrahim que dominaba perfectamente el castellano pese a lo que se decía en contrario.
Esos días de visita conocí (desconozco o no recuerdo si el resto de mis colegas también lo hicieron) a varios argentinos, hijos de sirios, que habían vuelto a vivir a esa tierra. Con uno de ellos después de una charla de algunos minutos tuve la percepción de que manejaba información. Siempre junto al fotógrafo del diario, mi querido Luis Pozzi, le pregunté entonces a este hombre si conocía a Ibrahim al Ibrahim. Jamás conté públicamente este episodio porque prometí además preservar el nombre de la fuente. Me dijo que sí. Entonces le consulté si sabía dónde estaba viviendo. También respondió afirmativamente. Le dije que quería ir a verlo, a hablar con él. El hombre, que nada tenía que ver con el Gobierno del momento pero estaba vinculado fuertemente a la comunidad de origen sirio en el país, prometió llevarme pero una vez que Menem se hubiera vuelto a la Argentina. Desde ese instante no le perdí pisada. No voy a relatar las peripecias que debimos sortear con Luis hasta llegar a esa nota. Incluyendo momentos de temor y amenazas. Pero la nota la hicimos. Nos llevaron hasta un lugar en las afueras de la ciudad, como a 30 minutos de Damasco. La sorpresa de Al Ibrahim al verme fue mayúscula. En fin, está la entrevista que da testimonio de aquello. Pero la versión que intentó instalar un colega de que “me lo entregó el Gobierno” es falsa. Completa y absolutamente falsa. Soy periodista se buscar y se encontrar la información que hay que buscar y encontrar.
Tal vez sea un episodio menor. Pero habla también de todo un camino espinoso que debimos y debemos todavía transitar como compañeros de una profesión (o una actitud frente al mundo como personalmente siento al periodismo) que nos requiere extrema responsabilidad, solidaridad, compromiso y entrega. A veces hay episodios entre nosotros que nos convierten en el centro de la escena cuando el centro debe ser la noticia. Y dejamos al público de espectador de nuestras rencillas. Asuntos que hablan de todo lo que debemos recorrer aún. Y de las cuentas que entre nosotros no tenemos saldadas. Cuentas más vinculadas a nuestras vanidades personales que a la responsabilidad de informar o ser puentes de alguna realidad.
Estos senderos de ida, vuelta y revuelta me llevaron también a ocupar cargos de cierta importancia en la gestión pública. En un espacio político en el que nunca milité y que hoy no compartiría de ninguna manera, pero que como muchos entonces acompañé aunque de manera crítica. Tenía 30 años recién cumplidos y asumí la Dirección General de Radio Nacional. Pude desde ese lugar hacer muchas más cosas de las que se suponía que “debía” hacer. Por caso cuestionar públicamente el discurso perverso del Gobierno respecto del aborto; discutir con Menem el dislate que le habían “vendido” de privatizar ATC porque “daba pérdidas”; y hacer la radio que creía que había que empezar a hacer aún entre el encorsetamiento que política y económicamente se imponía. Enfrenté senadores, diputados, gobernadores o intendentes del entonces oficialismo que pretendían hacer con ella y sus filiales una botica de cargos, contratos y aquelarres desproporcionados. Nada que no hubieran querido hacer siempre en los distintos gobiernos con los medios públicos. Le dije que no al grupo de medios más importante de la historia cuando un secretario de estado (más preocupado por salvarse él que por responder a su cargo) me mandó a 3 representantes de la empresa para plantearme amablemente la conveniencia de que “les entregara” en coproducción o comodato la tercera frecuencia de FM que habíamos recuperado después de 40 años de que estuviera en manos de una empresa privada de música funcional. En fin, no fui más papista que el Papa. Y me equivoqué en muchas cosas. Pero no en otras. Cuando fui a decirle a Menem que iba a incorporar a Marcelo Simón a la grilla de la radio (por sugerencia del propio Marcelo que se sabía odiado por el menemismo) el entonces Presidente me dijo (como siempre me decía) “Patricia, la directora de la radio sos vos”. Marcelo fue desde entonces integrante de plantel de Nacional. Hoy es director de FM Folclórica, la radio de folclore que dejé funcionando allí hace 12 años. Conocí en aquel tiempo a mucha gente en todo el país con una escala humana y profesional que dejó mi propia vanidad gratamente estropeada. Igual que a algunas de las ideas centralistas que los periodistas de Buenos Aires tenemos sobre la comunicación.
El tránsito hasta la actualidad no fue fácil para la mayoría de los que vivimos la Argentina. Ya sabemos que muchos quedaron en el camino. Hicimos lo que pudimos como pudimos cuando pudimos los que pudimos. Y no es una excusa. Sólo un dato de la realidad. Empieza a ser excusa en todo caso cuando te das cuenta y te hacés el bolud@. Como ahora que la vigorosidad política y social que estamos viviendo nos pone frente a una gran oportunidad de recuperarnos también como humanistas. Aunque debo admitir que asumí con el tiempo que hay sectores que seguirán entendiendo el concepto de solidaridad como la actitud de llevar a la iglesia la ropa que ya no usan. Y también que otros, unos pocos, que dicen adherir al actual Gobierno presumen de cierta soberbia imbecilidad de creerse con autoridad para hacer el test de admisión de aquellos que con humildad buscan acercarse a trabajar por el proyecto nacional. O que desde una intelectualidad superficial y troglodita descalifican a beatrices sarlo que los desafían con el pensamiento y la contradicción respetuosa.
Es una gran oportunidad y estamos ante una bisagra. También para dejarnos de pavadas repitiendo cosas como lo del periodismo independiente embanderados algunos en la imagen de Mariano Moreno. Como si el periódico de Moreno hubiera sido independiente. De lo único que tiene que ser independiente el periodista es del dinero mal habido, la corrupción, la falta de ética, la violencia en el discurso, la falsedad y la manipulación.
No me gusta escribir ni hablar en primera persona. Nunca lo hago. Pero creo que esta vez estaba justificado. No me gusta la auto-referencialidad. Pero alguna vez tenía que hacerlo. Y creo que hoy era oportuno. Ojalá sea la primera y última vez. Tampoco era tan importante. Feliz día compañeros. Eso sí es importante.
martes, 7 de junio de 2011
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