La inseguridad que nos consume a todos
Patricia Barral
El quiere tener. Quiere tener eso que se ve en la tele y en la compu y en las vidrieras. Y esa vida también. Él quiere eso como otros quieren otras cosas. Todos quieren tener pero no todos pueden. Él no puede. Unos se creen con derecho a tener todo lo que quieren y piensan que otros no se lo tienen ganado. Que no todo es para todos. Pero esos, que se quedan afuera y con nada, no piensan lo mismo y están convencidos de que también pueden tener lo que quieren. Y cómo dicen por ahí, hay que tratar de conseguir los sueños por cualquier medio que sea. Sólo que los sueños para él o para ellos que están afuera de todo, no tienen el mismo significado que para los que podemos tener sueños. Las opciones de éxito que muestran las pantallas generan una ansiedad imposible de controlar.
Los dirigentes políticos, legisladores y muchos funcionarios de distinto rango en los distintos Estados del país, así como la enorme mayoría de los comunicadores más influyentes, no parecen encontrar la forma correcta de ubicarse ante esta situación donde no hay un solo tipo de delito, ni uno de delincuentes ni una sola forma de inseguridad.
Las declamaciones facilistas están instalando a una velocidad extrema una idea corta y pequeña, tendenciosa y perversa acerca del problema y su construcción como monstruo social. La mirada que puja con facilidad por dominar la escena es la que estigmatiza a los jóvenes, promueve la cárcel desde los 12 años, los proyecta dentro de cuarteles, posiciona la idea de que “el que mata tiene que morir” y la sed de venganza. Los medios y los comunicadores más poderosos, a sabiendas o no, promueven esa tendencia. El caso de Matías no deja lugar a dudas: no lo ayudaron a escapar porque encajaba perfecto con el esteriotipo de joven delincuente dibujado últimamente.
A su vez, la mayoría de los dirigentes con más presencia mediática muestran importantes faltas para ofrecer no sólo una solución amplia sino una mirada serena y abarcativa al asunto. Seguramente sin notarlo en muchos casos, estos dirigentes y aquellos medios que creen tener un pensamientos propio y crítico, no hacen más que repetir un relato que baja de las usinas más ortodoxas del sistema mundial. La estigmatización es una vieja práctica de Estados Unidos y Europa.
Desde que la idea de progreso dejó de ser para todos, la situación va de mal en peor. Y no es sólo un problema de Argentina. Los datos actuales indican que aumentan fenomenalmente los niveles de desocupación sencillamente porque no hay trabajo para todos en este esquema mundial. Y las políticas de mano dura avanzan en algunos países. No así la redefinición de progreso que es, desde hace unos años, un concepto liberal asociado al éxito, la fortuna personal, la comodidad y la avaricia. El progreso entendido de ese modo propone por ejemplo barrios modernos y torres super equipadas con hordas de gente afuera y abajo, pero lejos, cuya participación en el progreso es atender los requerimientos de los que están adentro o arriba. Esa concepción liberal del progreso es en esencia inequitativa. Un empresario me dijo hace pocos días que los responsables de “definir el progreso” son los legisladores. Una buena manera de desmarcarse de la culpa.
Los niveles de responsabilidad están desdibujados. Quienes construyeron poder en distintos ámbitos no asumen como propia la contraparte de compromiso. A cambio buscan chivos expiatorios. Construyen víctimas y las usan. Viran el eje de observación personal. Y empujan candidatos no por su capacidad sino por la conveniencia.
Así aparece un hombre que mezcla lo público con lo privado ofendiendo con el anuncio de que “está en su mejor momento”, mientras 15 mil personas viven en la calle, se pelea con adolescentes y no puede organizar siquiera las tensiones sociales del barrio histórico de Buenos Aires, agraviado por políticas sin planificación de promoción turística, desarrollo inmobiliario y “nuevas tendencias”.
O alguien cuya mirada sobre la Argentina se asemeja mucho a la idea antigua y paternalista de los conservadores: los pobres son pobres y deben recibir asistencia. No hay una verdadera idea de igualdad que cruce ese pensamiento. Es lo más parecido al establishment. Será por eso que es su candidato.
O dirigentes que denuncian la violencia de una india que hace lo que la ineficacia le impidió hacer mientras era funcionario. Hay más de una forma de violencia.
En tanto desde lo más alto del poder político muchas contradicciones se agudizan y baja una fuerte incapacidad para conducir un proceso de alta complejidad. Tal vez si el opresor que allí anida dejara un poco de espacio, las cosas serían diferentes.
Si verdaderamente quiere resolver el problema, la sociedad tendrá que hacer un gran ejercicio de madurez y un enorme esfuerzo por interpretar estas señales equívocas y confusas que envían los núcleos de poder, que no hacen más que intensificar los signos de derrota de la humanidad sensible.
viernes, 8 de octubre de 2010
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