miércoles, 2 de junio de 2010

Macri y Ricardo Fort

Ricardo Fort quedó legitimado. El dueño de la empresa de chocolates, con su especie de smoking, sus pelos crispados y su pose de patovica que sale a pasear, se instaló entre las figuras elegidas para presenciar la reapertura del Primer Coliseo argentino durante el Bicentenario. Entre políticos, periodistas, empresarios y figuras del espectáculo. Pedí expresamente la lista completa de invitados para revisar entre quiénes había sido legitimado Ricardo Fort, además de los que salieron en la tele. El Gobierno de la Ciudad se negó rotundamente a brindar esa información.

No me importa abrir juicios de valor. Sólo analizar los datos que brinda este hombre por sí solo. Alguien que engulle lo que quiere y dónde quiere. Alguien de quien la televisión parece estar comiendo con apetito de caníbal todos los días. Alguien que pasará al olvido seguramente pero no sin antes hacer daño igual que algunos de sus mentores, como Marcelo Tinelli.

Se podría pensar que el Teatro Colón quedó deslegitimado con su imagen. Pero sin dudas su intención, la de Fort, era otra. Era lo que fue a buscar y le entregaron sin decir ni mu. Así es que con su presencia se legítimo la vanidad, el egocentrismo y la superficialidad. La idea de que no importa lo que se haga mientras sea para conseguir la fama, -un concepto descompuesto del legítimo éxito personal- y que para ser alguien hay que tener plata y estar en la tela.

Se legitimó la farsa, el maltrato, el uso y abuso de las mujeres y de todo aquel que sea útil a los fines. Se legítimo la falta de ética, la grosería, la vulgaridad, el culto a las apariencias; el modelo de vida que propone aturdirse para evitar escuchar al del al lado, que propone andar día y noche de lentes oscuros para evitar mirar al costado y acude a cirugías para ser menos sensible al paso del tiempo.

Se legítimo ese modelo de vida absurdo, abusivo, exagerado, procaz, voraz. El modelo de la ostentación ampliado, pulido. Un sistema de vida hipócrita, que esconde el miedo a la igualdad, que excluye porque es incapaz de pensar solidaria y racionalmente que los más vulnerables, los distintos, puedan tener los mismos derechos. Que bajo la consigna de la modernidad no duda en llevarse puesto lo que encuentra a su paso, así sean los recursos naturales, el patrimonio, las culturas o las identidades.
Con la excusa de que es una personalidad, los organizadores de la Gala reinaugural del Teatro Colón legitimaron lo que representa y lo que significa Ricardo Fort.

Él “pidió ser invitado, quería estar y como es una personalidad no había motivos para negarle la invitación”, dijo un alto funcionario del gobierno organizador.
Ningún medio dijo nada al respecto. ¿Hay algo de Ricardo Fort en la sociedad argentina?

Uno de directores del diario La Nación Jorge Fernández Díaz, dice alarmado y con razón en la última revista ADN, que estamos en la época de la desvergüenza. Que “vivimos la era de la impudicia: la intimidad es mostrada escabrosamente en los medios sin que el público se sorprenda o repugne”. Que el orgullo y honor considerados por San Martín combustibles esenciales para las batallas hoy son vistos como algo anacrónico.

Es curiosa la incongruencia: el diario –que tampoco dijo nada sobre esta presencia en el teatro- es quien más vigilias encara en pos de sostener y cuidar al hombre que autorizó la invitación al Teatro Colón del príncipe de la impudicia. Ese gobernante con desvelos presidenciales, tan parecido en un punto a Ricardo Fort que no hace falta ni mencionarlo.